Las costas que se extienden entre Chefchauen y Nador, conocidas por la pureza de sus aguas y la belleza de sus paisajes, ya no son solo un respiro veraniego para los habitantes del norte y los visitantes del Mediterráneo. Hoy, esta franja marítima se ha convertido en un nuevo laboratorio del crimen organizado, donde la geografía difícil se une con la tecnología moderna, y la experiencia local con el capital internacional.
El peligro no radica solo en el contrabando de hachís hacia Europa, sino en la entrada de cocaína en los mercados marroquíes, transformándola en una mercancía que se puede comprar por gramos, abriendo así la puerta a una ola de adicción tan amenazante como el fenómeno original.
Desde que Marruecos legalizó el cultivo de cannabis con fines médicos e industriales en 2021, las regiones del norte, especialmente Alhucemas y Chefchauen, han experimentado un cambio notable en los patrones de cultivo y comercio relacionados con el hachís. Tras décadas de dependencia de una producción ilegal que alimentaba las redes de contrabando hacia Europa, la nueva ley impuso una realidad diferente, reduciendo las áreas de cultivo no autorizado y limitando el margen de acción de las redes tradicionales.
Ante esta disminución en la producción de hachís, las redes de contrabando se encontraron con un vacío económico y logístico que las empujó a buscar alternativas más rentables. Así comenzó una etapa de diversificación del comercio ilícito: algunas organizaciones se involucraron en el tráfico de cocaína procedente de América Latina a través del Atlántico, y otras en la introducción de pastillas psicotrópicas desde Europa del Este y el norte de África, aprovechando las mismas rutas marítimas e infraestructuras usadas anteriormente para el hachís.
Informes de seguridad locales e internacionales confirman que esta transformación no fue casual, sino resultado de cambios económicos y legales que redibujaron el mapa del narcotráfico en Marruecos. Mientras el cannabis legal pasó a formar parte de un sistema médico e industrial regulado, una parte de las antiguas redes se desplazó hacia actividades ilícitas más complejas y lucrativas, encabezadas por la cocaína y las drogas sintéticas.
A lo largo de decenas de kilómetros de arena y roca, las lanchas rápidas desaparecen a plena luz del día para regresar de noche cargadas con mercancías que antes eran fardos de hachís rumbo a Europa. Ahora, el “veneno blanco” se ha convertido en el producto más valioso en estas rutas marítimas secretas.
Fuentes de seguridad y medios coinciden en que la vigilancia ha revelado un cambio radical en el tráfico internacional de drogas en el norte de Marruecos. Si antes el hachís era la “moneda estable” del comercio ilegal, la cocaína ha empezado a imponerse con fuerza desde hace más de cinco años.
Fuentes bien informadas indican que los cargamentos provenientes de América Latina ya no pasan exclusivamente por África Occidental, sino que utilizan la costa norte marroquí como ruta alternativa. Entre Chefchauen y Alhucemas, hasta llegar a Nador, las redes emplean rutas marítimas para trasladar los cargamentos hacia Europa a través del Estrecho de Gibraltar o las costas portuguesas. Mientras tanto, Tetuán sufre una fuerte presión sobre los contrabandistas, aunque persisten operaciones pequeñas mediante barcos pesqueros tradicionales, yates o motos acuáticas, con cantidades reducidas de hachís.
Una de las tácticas más peligrosas adoptadas por las redes internacionales de narcotráfico es la llamada “transferencia en alta mar”. En pleno Mediterráneo, lejos de cualquier control costero, se encuentran embarcaciones procedentes del sur con otras que llegan desde aguas internacionales. La operación se realiza en cuestión de minutos: se entrega la cocaína a cambio de hachís marroquí, o como “pago en especie” a redes locales que gestionan el desembarco. De esta forma, las organizaciones evitan transferencias financieras rastreables, convirtiendo la cocaína en moneda de intercambio entre los distintos grupos.
El análisis de datos coincidentes muestra que este cambio está parcialmente vinculado al aumento del valor de la cocaína en el mercado europeo y a la reducción de los costos de contrabando tras el surgimiento de las llamadas “alianzas del norte”. El precio de un kilogramo de cocaína de baja calidad en los mercados del norte se estima entre 170.000 y 240.000 dirhams, lo que hace de esta actividad decenas de veces más rentable que el tráfico de hachís.
Pero lo más alarmante es que este alto precio no impide su difusión local. Una vez dividido el kilo en miles de gramos, el costo por gramo se vuelve “accesible” para los consumidores, lo que ha ampliado el círculo del consumo en las principales ciudades del norte, como Tánger y Nador, y en menor medida en Tetuán, Chefchauen y Alhucemas. Esto ha generado un mercado interno paralelo que casi no existía hace apenas unos años.
Investigaciones previas y operaciones antidroga demuestran que los contrabandistas ya no dependen de embarcaciones tradicionales. Ahora disponen de lanchas neumáticas de alta velocidad, equipadas con sistemas GPS y comunicaciones cifradas. Incluso se utilizan drones para identificar los puntos de desembarco en las playas.
Estos detalles muestran cómo las costas entre Chefchauen y Nador se han convertido en un laboratorio abierto para técnicas de contrabando avanzadas que resultan difíciles de interceptar para las patrullas marítimas. A pesar de las intervenciones de la Marina Real y la Gendarmería marítima en varias operaciones, la geografía del litoral mediterráneo —con sus múltiples bahías y recovecos— ofrece a los contrabandistas oportunidades constantes de ocultarse y escapar.
Entre los traficantes, esta franja costera es conocida como “el corredor seguro”. El nombre mismo preocupa a las autoridades, pues refleja la creciente confianza de las redes en su capacidad de mover cargamentos sin ser detectadas. Pero la realidad es más compleja: no se trata de una debilidad de la vigilancia, sino de nuevas tácticas de camuflaje y evasión, donde las embarcaciones navegan de noche y realizan entregas en puntos cambiantes difíciles de rastrear.
Algunos informes locales señalan que la venta de cocaína se ha convertido en la actividad más rentable en las comunidades costeras de Chefchauen, lo que ha incrementado alarmantemente el consumo entre los jóvenes. Esto ha multiplicado la presión sobre las fuerzas marroquíes que operan en el mar, especialmente la Marina Real y la Gendarmería marítima, que enfrentan rutas complejas y redes múltiples.
El cambio en las tácticas del contrabando ha llevado a las fuerzas de seguridad a modernizar sus sistemas de vigilancia y a adoptar mecanismos de rastreo marítimo, así como cooperación de inteligencia con España y Portugal. Aun así, los desafíos persisten, ya que las redes operan bajo una lógica de “alianza flexible”: cada operación se ejecuta con una tripulación distinta y una embarcación nueva, lo que dificulta el seguimiento tradicional.
Lo que ocurre en el “corredor seguro” no es un simple contrabando ocasional, sino una transformación estructural del mapa del narcotráfico en el norte de Marruecos, que ha convertido la costa mediterránea en un eslabón central de una red que se extiende desde las plantaciones de América Latina —origen de la cocaína— hasta las playas del Mediterráneo.